Para nadie es un secreto que estamos transcurriendo tiempos de adaptación y cambio debido a la pandemia ocasionada por el SARS-Cov-2, muchos de ellos en aspectos que ya venían tomando fuerza desde tiempo atrás y que lo que la coyuntura hizo fue acelerarlos exponencialmente, como el uso de las herramientas tecnológicas para comunicarnos y el comercio electrónico.
Respecto a los espacios de trabajo la situación no es distinta. La pandemia confirmó lo que desde hace muchos años atrás el coworking venía diciendo: Las oficinas tradicionales y los espacios físicos de grandes empresas están, como se dice popularmente, mandados a recoger. Esto debido a 3 razones principales:
1. Ocupan áreas muy grandes las cuales se vuelven subutilizadas o incluso inutilizadas. Antes de la pandemia era común ver empresas con muchos m2 para desarrollar una labor que podía perfectamente hacerse en la mitad de dicha área, asumiendo por lo tanto todos los costos que eso implica. Por un lado, se puede estar pagando un arrendamiento sobre espacio innecesario o en los casos en que la planta es propia se podría estar perdiendo la oportunidad de arrendar a otra empresa parte de esos m2.
2. Costos fijos. Rigidez en el modelo de negocio: Este tipo de lugares de trabajo tienen una particularidad muy perjudicial para las empresas y es que los costos en su mayoría son fijos, yendo en contravía de las tendencias actuales, pues la idea es precisamente todo lo contrario, lograr una alta flexibilidad en los costos de manera que pueda convertir la mayoría de ellos en variables. De esa manera se paga por lo que se usa, no como en las oficinas tradicionales, donde independiente del tiempo en que verdad se use se debe pagar lo mismo.
3. Costos en actividad no productiva: En estos espacios, tanto de las oficinas tradicionales como en las sedes de empresas, se incurren en costos que no le generan ningún valor a la empresa pero que son necesarios en la operación del día a día, haciendo que se incurra tiempo y recursos en ellos cuando el empresario y el personal debería estar concentrado en hacer lo que sabe hacer, que es lo que les genera ganancias. Es el caso por lo tanto de la cafetería, los servicios públicos, la papelería, la recepción, el internet, el aseo, entre otras, no solo estar pendientes para que funcionen, sino para pagar a tiempo sus facturas. El coworking desmonta totalmente esa operación inoficiosa encargándose de ella. Es así como un usuario de estos espacios paga un único valor y este le incluye, no solo el espacio para trabajar sino todo lo anterior, de forma que la empresa se pueda ocupar de su misión.
Estas 3 variables hacen que surja con gran fuerza el teletrabajo, que hace referencia a la posibilidad de trabajar remotamente, sin necesidad de ir hasta la sede principal de cada empresa. De la misma manera surge otro concepto relacionado pero distinto que es el home office, el cual consiste en realizar ese teletrabajo desde el lugar donde vivimos, sin embargo, la pandemia también confirmó el lado oscuro de esa práctica. Un estudio de 2017 de la OIT reveló algunas cifras al respecto, las cuales fueron confirmadas de manera informal y coloquial por teletrabajadores de todo el mundo en el marco de esta epidemia:
46% reporta más carga laboral
92% combina tareas del hogar con las del trabajo
56% siente que trabaja más
50% reporta problemas de sueño
41% reporta más nivel de estrés
Se genera menos cohesión con el equipo de trabajo y la empresa
En 2 grandes conclusiones se puede resumir el impacto del home office:
1. Baja productividad
2. Disminución del bienestar de los empleados